Su vida y mensaje

Séptima hija de Francesco y Benedetta Mancini, Orsola Giuliani nació el 27 de diciembre de 1660 en Mercatello sul Metauro.
Después de la muerte de su madre, se mudó a Piacenza con su padre que había encontrado un nuevo trabajo. Tres años después, regresó a Sant’Angelo in Vado bajo el cuidado de su tío Rasi. A las 17 anos, el 28 de Octubre de 1677, Orsola se unió a nuestro monasterio de Clarisas Capuchinas en Città di Castello. El Obispo Sebastiani le dio el hábito religioso y un nuevo nombre: Verónica. Toda su vida, que terminará el 9 de julio de 1727, es una asimilación cada vez mayor al misterio de Cristo, crucificado y resucitado.

Su experiencia mística

Verónica está influida por el entorno en el que nace y vive: su familia, sus confesores y directores espirituales, la historia civil y eclesiástica de su siglo (Jansenismo y Quietismo), así como los libros que ella lee.

Verónica es una mujer enamorada de Jesús, su Esposo Crucificado y Resucitado. Él es el único Maestro de su vida. Su actitud de sumisión a todas las autoridades eclesiásticas -sus superiores, hermanas y directores espirituales que le impusieron que escribiera el Diario- no se debió a su debilidad, sino a su fe. Toda injusticia humana de la que tuvo que hacerse cargo la soportó por el amor de Dios. En su corazón, ella guardaba el Tesoro y estaba en íntima comunión con Él. Jesús le revelaba su Amor a lo largo del año litúrgico en la liturgia diaria y en los sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía a la que, según la costumbre de la época, ella no podía participar todos los días, pero que siempre deseaba.
El Diario que Santa Verónica escribe en obediencia a sus confesores revela cómo, precisamente porque pertenecía completamente a Jesús, su Esposo, Verónica a llegado a ser en «mujer para los demás»: una misionera, o, como ella misma se define, «mezzana», mujer consagrada que «se interpone», que se queda en la puerta entre Dios y los pecadores, para que los que llegan allí reciban las «buenas nuevas» de la salvación.
Los altos muros de la clausura, entonces, no bloquean las palpitaciones del mundo con sus problemas y angustias; al contrario ellos ayudan a las almas contemplativas a dedicarse de manera total à la oración para quienes viven, trabajan y sufren en el mundo.
Enteramente entregada a Dios y la humanidad, Verónica reveló que «el corazón no conoce reclusión», sino que se expande para llegar a ser compasivo como Dios mismo. El Misterio Pascual, en su esencia, es la piedra angular y el corazón de su contemplación.

Su mensaje

Verónica propone a todo el mundo un mensaje fundamental: volver a descubrir la centralidad de un Dios que se nos revela en Jesucristo. Toda la vida de la Santa es una invitación a volver a descubrir a Jesucristo, el corazón de nuestra fe; no una doctrina, sino un encuentro con una persona viva.
El Cristo de Verónica, sinembargo, no es un modelo estandarizado al cual debemos ajustarnos con esfuerzos inhumanos so pena del dolor de la perdición eterna, sino más bien un Dios que se hizo Hombre para hacernos Dios.
En la Encarnación, Dios se hizo niño y asumió nuestra condición: éste es el Dios de la fe cristiana, que pide ser aceptado, escuchado y amado con un amor vital, personal y nupcial y que, por otro lado, nos hace merecedores de la donación total de nosotros mismos, ya que Él se ha donado a nosotros por completo. Él es un Dios de Amor cautivador, que cambia y transforma a las personas y sus comportamientos para cumplir con el proyecto personal que tiene para cada uno de nosotros.